PERÍODO DE INICIACIÓN II

20.02.2012 17:43

Comienzan las clases: ¿cuántos nos adaptamos durante el Período de Iniciación?

Un tiempo de emociones.

El comienzo de las clases es muy removedor para mucha gente: los niños, los padres, las maestras, los directores, los vecinos… todos estamos muy pendientes unos de otros.

Cuando se trata de los más pequeños, los primeros días en la institución educativa presentan exigencias especiales. El niño de 3 y 4 años la mayoría de las veces hace sus primeras experiencias fuera del ámbito familiar. Por eso se organiza un período que se da en llamar “de Iniciación”, más que nada para poner en palabras ese tiempo de especiales emociones que necesita ser nombrado para vivirlo mejor.

Es el tiempo que nos damos para conocernos, para adaptarnos a nuestras diferencias, para poco a poco empezar a generar una relación basada en la confianza y el cariño. Los padres sienten que su hijo está creciendo, que se parece a ellos pero a la vez es otro, con un lugar propio que ahora le pertenece. Es un tiempo en el que se estipulan horarios más cortos, a veces, para que el niño vaya reconociendo paulatinamente ese nuevo lugar, las nuevas personas que a partir de ahora formarán parte de su vida, y para ofrecerle a él y a todos los integrantes del grupo una atención más personalizada (en algunos casos los grupos se dividen en dos subgrupos los primeros días).

 

Cada quien tiene su ritmo.

La llegada a la institución educativa es un momento privilegiado para que el niño perciba que el lugar de los otros tiene límites, que los adultos que allí lo rodean lo apoyan en el proceso de apropiación de su autonomía. Cada niño tiene su ritmo. Lo mismo ocurre con las maestras y con los padres. Todos vamos teniendo la oportunidad de adaptarnos, justamente en este período de Iniciación. Es fundamental aprender a confiar unos en otros, confiar en que vamos a ser respetados y queridos en nuestro rol, y que vamos a tener nuestro lugar en esta relación esencial de la co-educación que es niños-padres-maestros.

Hay objetivos comunes que debemos plantearnos y tienen que ver -siempre- con que estas primeras semanas sean propicias para que el niño haga una buena primera experiencia escolar, que le dé la seguridad suficiente para sentirse a gusto en la institución, con sus maestras y auxiliares y con sus compañeros.

 

Poner en palabras.

Los niños pequeños sienten tan fuertemente como los adultos sus emociones, pero no saben controlarlas aún, y sobre todo, no cuentan con la riqueza de lenguaje que les permita expresarlas como nosotros. Por eso tienen reacciones en su conducta que resultan más elocuentes que las palabras, pero hay que saber interpretarlas. Puede darse que -aunque ya no sean tan chiquitos- los niños experimenten regresiones estos días, tales como armar berrinches, llorar en forma compulsiva y aparentemente inexplicable, no comer, hablar como niños más pequeños, etc. Tal vez nos pasaría lo mismo si nosotros no pudiéramos decir: “¡Qué pena y qué bronca me da dejarte, mamá, y sentir que me abandonás en este lugar que no conozco y con estas personas tan extrañas, y qué alegría, y qué nervios me producen mis compañeritos, que son tantos y tan distintos, y gritan, y lloran, y corren, y no permiten que todo el tiempo y todo el espacio y la atención de los adultos sean para mí”.

A los adultos nos corresponde poner en palabras todo esto, y hacerle saber al niño que de ninguna manera lo estamos abandonando, que los esperamos al final de la clase con alegría, que también nosotros los extrañamos pero que sabemos que vale la pena, y que confiamos unos en otros. Así, todos despejamos el camino para que los pequeños lo recorran y construyan sobre él sus propios senderitos.

 

Sugerencias.

La mayor seguridad que necesita el niño en estos primeros días se la damos los adultos si no le mentimos, si le hablamos con ternura pero con firmeza, si lo llevamos a la clase y somos puntuales a la hora de ir a buscarlo, si lo recibimos a la salida de manera especial. Estos primeros días constituyen un acontecimiento especial en la vida de los niños. Vale la pena disfrutarlo plenamente.

Es aconsejable también que éste sea un tiempo de reflexión, de entender lo esencial que es co-educar y llevar así a buen término la propuesta educativa de la institución que elegimos para nuestros hijos. En esta aventura nadie puede resolver todo solo, pero entre todos podemos. Lo importante es recordar que la niñez debe ser un tiempo de felicidad, y -aunque no sepamos bien qué es la felicidad- siempre debemos intentar que juegue, que ría… Al fin y al cabo, eso es vivir. Y en eso estamos, ¿o no?